El anfiteatro del Hospital de Clínicas Dr. Manuel Quintela fue el escenario de la conferencia “Intentos de autoeliminación, suicidios y conductas de riesgo”, un evento organizado conjuntamente por el Centro de Investigación Clínica en Psicología (CIC-P), el Instituto de Psicología Clínica, el Programa de Salud Mental del Hospital de Clínicas y el programa Psicoanálisis en la Universidad de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar).
La actividad, que contó con participantes a través de la plataforma Zoom y transmisión por el canal institucional de la Facultad en YouTube, incluyó dos instancias principales. En primer lugar, la Doctora en Psicología Diana Altavilla —directora de la diplomatura Problemáticas de las autolesiones, suicidios, conductas de riesgo y vulnerabilidad psicosocial en la Universidad del Salvador (Argentina) y representante de Argentina en la International Association for Suicide Prevention (IASP)— realizó una presentación. A continuación, el docente de la Facultad de Psicología Octavio Carrasco y el docente de la Facultad de Ciencias Sociales Pablo Hein ofrecieron disertaciones sobre el tema.
La necesidad de hablar del suicidio
La Dra. Altavilla narró cómo su interés por el tema del suicidio surgió luego de la crisis argentina de 2001, cuando comenzó a recibir pacientes con antecedentes cercanos de suicidio que no habían podido hablar del tema en sus tratamientos anteriores. Señaló que la vivencia subjetiva de esas pérdidas se encontraba sistemáticamente desatendida: “todos remitían que tenían mucha necesidad de hablar del tema, pero que ninguno de los profesionales había dado entidad”. A partir de esa constatación, construyeron un dispositivo de atención y comenzaron a desarrollar un enfoque centrado en el sujeto y en el impacto singular de los actos suicidas.
La especialista propuso abandonar el término “sobreviviente de suicidio”, al que consideró una etiqueta que inmovilizaba, y en su lugar propuso hablar de “afectados”, entendiendo que un sujeto puede dejar de estar afectado. Para analizar estas experiencias, elaboró tres ejes conceptuales: enigma, legado y participación, que permitieron complejizar la noción de culpa. Insistió en que el suicidio constituye un hecho con alto potencial traumatogénico, y que el entorno, incluidos los profesionales, debe funcionar como sostén: “no minimicemos eso, porque eso nos hace una radiografía de lo que la persona tiene como recursos psíquicos”.
Altavilla compartió también su preocupación por cómo se transmite el manejo del riesgo y del dolor psíquico desde edades tempranas. Subrayó que el entorno tiene una influencia directa en los modos de resolución de conflicto y que los niños aprenden observando a los adultos: “uno muestra cómo resuelve los problemas”. Reivindicó la importancia de intervenir en la primera infancia para evitar que la violencia se instale como recurso último. Asimismo, rechazó los protocolos estandarizados y defendió un modelo clínico de aproximación subjetiva, llamado RPI (Relevamiento Psíquico Integral), que permite a diversos profesionales (desde enfermeros hasta psicoanalistas) compartir una mirada sobre el grado de riesgo sin perder el eje clínico. Según sostuvo, “el suicidio es un proceso que avanza cuando carece el sujeto de un entorno continente”.
Lo traumático y la transferencia
Por su parte, Octavio Carrasco enfatizó la relevancia del abordaje transferencial, afirmando que uno de los grandes desafíos consiste en cómo se sostiene la pregunta clínica cuando el suicidio confronta al terapeuta con su propia ignorancia radical. Subrayó que lo traumático se vinculaba con lo inconcluso y con el retorno insistente de una pérdida que aún no se elabora del todo. “Puede volver a pasar”, dijo, comparándolo con una “espada de Damocles”. Identificó en esa repetición una forma de angustia donde el sujeto se dice a sí mismo: “no soy nada para el otro”.
Además, destacó que el suicidio constituye un problema colectivo, social, subjetivo, clínico y también político. Relató que desde noviembre de 2024 comenzaron a atender en el ambulatorio del Hospital de Clínicas, donde ya habían recibido 48 pacientes, de los cuales al menos 13 habían tenido intentos de autoeliminación. Apuntó también la necesidad de avanzar hacia formas de trabajo transdisciplinarias, donde los profesionales puedan “incorporar la preocupación central del otro colega”.
Sobre el trabajo clínico con jóvenes, el docente invitó a reflexionar en el marco del nuevo programa ambulatorio del Hospital de Clínicas. Señaló que muchas de las consultas más graves provienen de adolescentes y jóvenes adultos expuestos a una presión desmedida, con pocos recursos simbólicos para enfrentarla. “Ser joven es casi una excepción”, afirmó, en alusión al envejecimiento demográfico y a las escasas oportunidades sociales para construir un proyecto vital. Destacó que en la adolescencia se reactivan procesos centrales como el complejo de Edipo, el estadio del espejo y los diques anímicos, y alertó sobre el debilitamiento actual de estos últimos: “asco, vergüenza y moral son diques que el mercado digital desprecia”. Para Carrasco, trabajar con jóvenes implica reconocer estos cambios sin patologizarlos, y apostar a una escucha clínica atenta a su lógica subjetiva.
Poner fin a discursos tranquilizadores y asumir responsabilidades
Para finalizar, Pablo Hein realizó una intervención crítica dirigida especialmente a la sociedad uruguaya. Planteó que el país contaba con dos estrategias nacionales de prevención del suicidio que no habían logrado impacto real, y cuestionó que en la segunda ni siquiera apareciera la palabra “perdón”. Propuso que el Estado debía pedir perdón “a todos los uruguayos y uruguayas por tener este flagelo instalado como lo tenemos”. Además, puso en duda las explicaciones habituales que relativizan la gravedad del problema con frases como “esto pasa en todo el mundo”, mostrando que los datos de la Orgnización Mundial de la Salud (OMS) indicaban un aumento específico en América y, en particular, en Uruguay.
Hein insistió en que las cifras no eran lo más importante, pero sí evidenciaban un problema estructural que seguía sin abordarse. Criticó que se dedicaran objetivos completos a limitar el acceso a medios letales, cuando la mayoría de los suicidios se producía por ahorcamiento: “el 80% se ahorca con el cordón de los zapatos”. Señaló que existía un subregistro de suicidios y que los relatos oficiales contribuían a invisibilizar la magnitud del fenómeno. Su planteo giró en torno a la responsabilidad política, institucional y también colectiva en relación a lo que describió como una “realidad negada”.
Hein lamentó que en Uruguay se celebrara una supuesta baja de suicidios sin revisar a fondo el subregistro: “hay cédulas con nota suicida que figuran como causa abierta”, denunció. Pidió dejar de construir discursos tranquilizadores y asumir una responsabilidad colectiva, porque —según subrayó— el suicidio no se limita a algunas familias o “casos aislados”. Además, cuestionó la ausencia de una dimensión ética y afectiva en las estrategias oficiales: “hubiera sido hermoso que en la segunda estrategia nacional apareciera la palabra perdón”. Su llamado fue claro: dejar de mirar para el costado y asumir que el suicidio en Uruguay es un fenómeno masivo, complejo y urgente.
Una vez concluidas las ponencias, se dio lugar a una instancia de intercambio entre los conferencistas y los asistentes al evento.